A los onces años, el niño era sometidos a un curioso examen de madurez.
El padre y el abuelo anunciaban de antemano a un cacique amigo la visita del vástago.
Este partía solo, a caballo y, al llegar, saludaba al jefe preguntándole por la familia, cosechas, animales, etc.
Ya dentro de la ruca, contestaba a cuantas preguntas le hiciese el dueño.
De vuelta al hogar, se le rendían honores. Padre y abuelo averiguaban la opinión del cacique visitado; si ésta era satisfactoria, el abuelo prometía ampliar los conocimientos del muchacho.
Este partía solo, a caballo y, al llegar, saludaba al jefe preguntándole por la familia, cosechas, animales, etc.
Ya dentro de la ruca, contestaba a cuantas preguntas le hiciese el dueño.
De vuelta al hogar, se le rendían honores. Padre y abuelo averiguaban la opinión del cacique visitado; si ésta era satisfactoria, el abuelo prometía ampliar los conocimientos del muchacho.
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